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Émigration depuis le Cantal vers l'Espagne

44 347 octets ajoutés, 16 novembre 2013 à 18:00
Sud de l'Aragon aux 17 et 18 eme siecles - les chaudronniers du Cantal
== Sud de l'Aragon aux 17 et 18 eme siecles - les chaudronniers du Cantal ==
Traduction "Je travaille depuis plusieurs annees sur un courant migratoire auvergnat qui se dirige vers le sud de l'Aragon aux 17 et 18 eme siecles, et provenant des villages d'Ally, Chaussenat, Saint-Martin-Cantales (sic), Barriac, Escorailles, Fontanges, Meallet, Pleaux, Aurillac et Saint-Flour. Il me plairait que vous m'informiez des travaux de recherche existant sur les chaudronniers auvergnats, et d'etre assez aimables pour m' indiquer les moyens de me les procurer. Il me plairait egalement d'etre en contact avec une personne interessee par le sujet, quoique je doive vous dire ne lire le francais que moyennement." Téléchargement   ''<small><small>LOS CALDEREROS AUVERNESESEmilio Benedicto Gimeno Los caldereros auverneses eran muy famosos desde finales de la Edad Media. En el año 1449 nueve caldereros auverneses, Guillermo de Roche, Pedro y Guinot du document Lac, Pedro Puech, Vicente y Antonio du Cuzol, fueron detenidos cuando regresaban a sus pueblos natales desde Cataluña y Aragón . Otro ejemplo será de finales del XV, cuando se detiene a Juan Archero, calderero natural de Aurillac, acusado de ser un protestante religioso . Estaban presentes en diversas ciudades y pueblos de toda Europa. Los encontramos en numerosos lugares de Francia, Alsacia, Baja Normandía y Alpes, y también en regiones y ciudades extranjeras como Artois (Flandes), Madrid, Valencia y Aragón. Su presencia en Aragón era una más de las zonas a las que se dirigió tradicionalmente esta corriente migratoria.Los habitantes del Macizo Central francés fueron ante todo un pueblo emigrante. Los cantones de la Haute-Auvergne noroccidental experimentaron durante los siglos modernos un crecimiento demográfico de tal calibre que, faltos de recursos, se vieron obligados a mandar a sus hombres a buscarse la vida fuera de allí. Los nativos de estas zonas tenían la costumbre de emigrar desde los tiempos medievales, y nunca tuvieron reparos en salir del país, encaminándose hacia España, los Países Bajos o Alemania. Según el informe elaborado por Lefevre d´Omesson en el año 1697, todos los años marchaban de Auvernia 5.000 o 6.000 trabajadores que posteriormente regresaban al país con 700 u 800 mil libras. Estos emigrantes procedía básicamente de las montañas de la zona de Aurillac, Maurillac y Saint Flour, en los cantones noroccidentales .El flujo migratorio de los auverneses con destino a España está constatado durante toda la Edad Moderna, multiplicándose las referencias documentales de manera significativa en los siglos XVII y XVIII. La investigadora Rose Duroux realizó tres muestreos entre la documentación del hospital de Sal Luis para franceses de Madrid, seleccionando varios años del primer tercio del siglo XVII, de finales de esa centuria y de la tercera década del siglo XVIII, constatando en todos ellos la presencia de numerosos caldereros procedentes de los cantones de Mauriac, Pleaux y Salers. En 1643 el corregidor de Cuenca, D. Iñigo Mendoza, informa al Consejo del arresto de ocho franceses procedentes de Auvernia que se dirigían a la Mancha a trabajar como caldereros . En el caso de Valencia, muchos de los franceses documentados a finales del siglo XVIII procedían igualmente de los cantones de Mauriac y Pleaux, organizándose incluso empresas privadas para trasladar a los emigrantes temporales de Francia a España y viceversa . Parece ser que en la segunda mitad del siglo XVIII se incrementó la emigración de auverneses, empujados por una sucesión de catástrofes agrícolas, sobre todo a raíz de las malas cosechas de los años 1769- Word 71 . En los años previos a la Revolución francesa, una parte muy importante de los hombres naturales de la Haute- 99 Ko Auvergne se encontraban en España, sobre todo en la zona de Valencia y Madrid. Otra corriente migratoria procedente de la parroquia de Mauriacois se dirigía hacia los actuales países de Bélgica y Holanda, formada exclusivamente por caldereros. También los encontramos en Suiza, en Alemania y en Francia . Este incremento también se constata en el caso de Aragón. El hambre y la miseria empujaba a los hombres a buscar sustento lejos de sus casas familiares.Los emigrantes auverneses trabajarán en todo tipo de tareas, pero en la que adquirirán más fama y prestigio será en el trabajo del cobre. Fueron numerosas las compañías de caldereros franceses que recorrieron toda Europa para ganarse el sustento que no podían obtener en sus pueblos. El oficio estaba muy arraigado entre los auverneses, pero no tenía ninguna razón de tipo geográfico o lógico. En la región de Auvernia apenas había industrias metalúrgica, y todavía era menor la extracción de mineral de cobre. Algunos de los martinetes que funcionaban en el valle de la Jordanne o en los alrededores de Aurillac en el siglo XVIII se nutrían del cobre viejo que traían de sus viajes los emigrantes y, sobre todo, de las planchas importadas de Suecia y España . La calderería era un oficio típico de emigrantes que se desempeñaba fuera de sus lugares de origen. La explicación habrá que buscarla en motivos antropológicos y culturales. Existía una ancestral costumbre de heredar el oficio familiar, y los padres se afanaban continuamente por enseñar a trabajar el cobre a sus hijos, cediéndoles posteriormente las herramientas y el negocio. Será un oficio para practicarlo fuera de Auvernia, buscando mediante la emigración el lugar más adecuado para desempeñarlo, cerca de minas de cobre potencialmente aptas para su explotación y lo más próximo posible a grandes centros demográficos donde vender los productos. Como era un fenómeno multisecular que pasaba de padres a hijos, se prolongará con facilidad durante varias generaciones. La emigración de muchas familias auvernesas a España tuvo tal calibre que, en sus propias localidades, se las denomina popularmente con el sobrenombre de los “espagnols”, ya que conocían nuestro país y hablaban perfectamente el castellano . 3.1.- LOS CALDEREROS EN ARAGÓNAunque su presencia está constatada desde la Edad Media, deberemos esperar hasta el siglo XVII para que esta corriente migratoria se haga muy numerosa, atraída por el ascenso de los precios del metal y la inexistencia de técnicos locales que conozcan los secretos de la metalurgia del cobre. Conocemos con gran detalle su presencia en el pueblo de Calamocha . A partir del año 1632, de forma inesperada, empiezan a llegar numerosos caldereros, documentados tanto en los “quinque libri” como en las escrituras notariales. Los primeros que encontramos fueron Pedro y Guillen Albarate, naturales de Mealet, en la Auvernia Francesa, documentados al casarse uno de ellos con una calamochina (lo que implica que llevaba varios años en langue espagnolAragón). No fueron casos aislados. Estos primeros caldereros iniciaron una corriente migratoria muy específica que se perpetuará hasta finales del siglo XVIII, no produciéndose en todo este tiempo ninguna ruptura significativa. En la ciudad de Zaragoza nos topamos con los auverneses a partir del año 1642. En el vecindario efectuado en dicho año se recoge la presencia de cuatro caldereros, todos ellos de nacionalidad francesa .También los encontramos por estas décadas trabajando en varias localidades del valle del Jiloca. En la ciudad de Daroca residía en el último cuarto del XVII Juan Uisie, natural de Rallai, y a otras 8 personas procedentes del Macizo Central francés de las que no se detallan sus oficios, pero que bien pudieran ser caldereros . El Concejo de Báguena contrataba en el año 1718 a Antonio Sabio, calderero francés residente en esa misma localidad, para que reparase todos los utensilios de “arambre” de las tiendas del lugar. En Mora de Rubielos residía Juan Pujol, tratante natural de San Cristobal en Auvernia, que mantenía estrechas relaciones con los caldereros del valle del Jiloca .Estos datos sueltos no nos permiten obtener una visión de conjunto del reino aragonés. Deberemos esperar a mediados del siglo XVIII para poder consultar una fuente documental más amplia que nos permita descubrir la distribución geográfica de los caldereros auverneses. A partir de una Real Orden de 28 de junio de 1764 se elaboraron unas relaciones de "comerciantes y tratantes extranjeros" con las que se pretendía averiguar cuantos vivían en Aragón, distinguiendo entre los domiciliados definitivamente y los transeúntes. En la orden también se mandaba que todas las Capitanías Generales, Comandancias Generales y capitales de provincias que no estén sujetas a Capitanías elaboren un libro de extranjeros que debería renovarse anualmente. Se han conservado las correspondientes a los años 1764, 1765 y 1766, cuya información se ha volcado en la tabla nº 5 . Respecto a las localidades de origen de los caldereros, los que residían en Calamocha en los siglos XVII y XVIII, según los registros parroquiales, procedían de la Alta Auvernia occidental, del cantón de Pleaux, y secundariamente de los cantones de Saint Flour y Aurillac. Por municipios destacarían la pequeña Ally, origen constatado de 29 emigrantes, Chaussenat con 15 y Saint Martin Cantales con otros 5, repartiéndose el resto entre Barriac, Escorailles, Fontanges, Meallet, y las cabeceras cantonales de Pleaux, Aurillac y Saint Flour . Respecto a las compañías de caldereros que encontramos en Luco de Jiloca y en Teruel en los años 1764 y 1766, todos procedían igualmente de la Alta Auvernia Occidental, destacando Chaussenat con 9, Ally con 4 y Saint Martin Cantales con otros 2. Como vemos, el origen de los caldereros que encontramos en Aragón durante los siglos modernos era muy similar.Tabla 5. Caldereros auverneses en Aragón (1764-1766)Localidad CaldererosCalamocha 34Calatayud 11Caspe 1Egea 2Fraga 2Luco de Jiloca 11Maella 1Tarazona 12Teruel 23TOTAL 97 Respecto al sexo, debemos decir que la emigración de caldereros auverneses en Aragón fue exclusivamente masculina. Las fuentes eclesiásticas apenas nos dicen nada de la edad de los franceses. Podemos sospechar que entre los emigrantes predominaría la gente joven, pero los pocas referencias que tenemos desmienten esta hipótesis. Entre los óbitos registrados en los libros parroquiales de Calamocha predominan los emigrantes de entre 30 y 40 años, con ejemplos también de 50 y 70 años . Con la información sobre el estado civil del emigrante, nos sucede algo parecido. Las referencias obtenidas en los mismos registros eclesiásticos nos hablan de una cierta igualdad entre los emigrantes célibes y los casados. Otras fuentes nos confirmarán estas primeras impresiones, aunque inclinando la balanza hacia el grupo de los casados. En las relaciones de los “comerciantes y tratantes extranjeros” de los años 1764, 1765 y 1766, transcritas en la tabla nº 6, se detallan 97 tratantes en calderería, de los cuales 38 están casados (3 en Aragón y 35 en Francia) y 10 aparecen como solteros, desconociendo la situación civil del resto.Tabla 6. Estado Civil de los caldereros según relaciones de 1764, 1765 y 1766Localidad Total caldereros Casados en Francia Casados en Aragón Solteros DesconocidoCalamocha 34 24 2 3 5Calatayud 11 11Caspe 1 1Egea 2 2Fraga 2 2Luco 11 6 2 3Maella 1 1Tarazona 12 5 1 5 1Teruel 23 23TOTAL 97 35 3 10 49 En la corriente migratoria se mezclaban constantemente los jóvenes con los adultos, los solteros con los casados. Era muy habitual que los más jóvenes vinieran acompañados de hombres más expertos, posiblemente algún pariente o vecino que ya había repetido viaje en otras ocasiones. Los jóvenes estaban sin cualificar o venían inscritos como aprendices, constituyendo una fuerza de trabajo bruta que se moldeará a través de las enseñanzas de sus propios compañeros. La existencia de abundantes caldereros casados en Francia muestra el carácter estacional o temporal de la emigración. Su estancia en España solía ser larga, superando normalmente el año. Según nos cuenta Poitrineau, en algunas familias montañesas del cantón de Pleux se firmaron contratos matrimoniales en los que se determinaba con precisión el tiempo debían permanecer los futuros maridos en España, constatando que en 26 contratos se previene una ausencia de 30 meses, en 7 una ausencia de 18 meses y en 3 se reduce hasta los 12 meses, estableciendo unos mecanismos de relevo periódico los que entraban también los hermanos y yernos de los contrayentes . Estos sistemas de alternancia se observan con mayor claridad en las compañías mercantiles, artesanales o mixtas que organizaban los auverneses, relevándose los socios periódicamente. A veces, estas alternancias pueden estar pactadas, intentando conciliar la rentabilidad del proceso migratorio (los viajes son siempre caros) y las conveniencias familiares.En algunos casos la permanencia en España podía alcanzar los cinco o seis años. Los emigrantes solteros no tendrían tanta prisa por regresar a sus localidades, y si el negocio les va bien y el trabajo lo permite, estirarán los máximo posible su estancia en Aragón hasta ahorrar un pequeño capital que exportarán a Francia en el momento que decidan regresar, empezando con él una nueva vida en sus localidades natales. Respecto a las zonas de destino de la corriente migratoria, los lugares detallados en las relaciones de “comerciantes y tratantes extranjeros” coinciden a grandes rasgos con las áreas mineras de donde se extraía cobre durante los siglos modernos, especialmente en el Sistema Ibérico. La mayor cuantía de caldereros la encontramos en Calamocha, que como hemos dicho era un lugar de destino tradicional desde comienzos del siglo XVII. Le siguen en importancia la ciudad de Teruel, donde se trabajaba el mineral de cobre extraído en la Sierra de Albarracín. La ciudad de Tarazona, próxima a las minas de Calcena, acogía a 12 caldereros. En el valle del Jalón los caldereros residían en Calatayud, desde donde explotarían las minas de las Sierras de Vicor y la zona de Ateca. Otra gran concentración la encontramos en el pequeño pueblo de Luco de Jiloca, explotando sus minas y trabajando en el martinete que existía en esta localidad. Las localidades de Caspe, Ejea, Fraga y Maella muestran una presencia de caldereros muy insignificante, uno o dos artesanos a lo máximo. Al no haber minas cercanas, estos menestrales se abastecerían de materias primas procedentes de zonas más o menos lejanas, y se dedicarían a abastecer el mercado local y a reparar los calderos viejos. En estos pueblos no se formarían las típicas compañías caldereras que encontraremos en las zonas mineras. 3.2.- LAS COMPAÑÍAS DE CALDEREROS El flujo migratorio auvernés se caracterizaba por poner en marcha una serie de reglas basadas en la arraigada solidaridad rural propia de las sociedades montañesas. Estas reglas eran muy sencillas: el linaje, la parentela, el vecinaje y la comunidad de habitantes. Los caldereros viajaban en grupos, trabajan lo posible dentro del grupo, vivían en grupos, compartían un mismo oficio y se juntaban con familiares o vecinos de su lugar de origen. Estos desplazamientos en grupo hacia determinados municipios aliviaban los efectos del desarraigo traumático y contribuían, por la mezcla de edad y de experiencia de la emigración, a la perpetuación de la corriente migratoria. Al marchar juntos y residir juntos, los montañeses de la Auvernia protegían su propia personalidad, oponiéndose y retardando la inevitable aculturación por el lugar que les acogía, contribuyendo a modelar su espíritu y a mantener la fidelidad a una herencia cultural común. La emigración de los caldereros solía tener un fuerte componente familiar. Afectaba a varios miembros de la familia, ejercían el mismo tipo de actividad, se reagrupan en España en la misma localidad y, posiblemente, en la misma casa, obteniendo amplios beneficios morales y materiales de una práctica semejante. Pedro Albarate, natural de Meallet, se casa en el año 1633 con una calamochina, lo que no le impide acoger en su casa a su hermano Guillén. Seban Fontanges vive con su hermano Pedro desde 1638. El calderero Pedro Riviere, documentado desde el año 1634, se asociará con su hermano Antón en 1638, quién posteriormente llamará a su hijo .Estas estrechas relaciones familiares explican también la perpetuación de la emigración a lo largo de varias generaciones. Jerónimo Garcelon aparece domiciliado en Calamocha en 1640, dedicándose a la elaboración de calderos. En diciembre de 1644, estando enfermo, levanta testamento, citando como legítimos herederos a sus hijos Francisco, Juan, Miguel y Pedro, residentes todos ellos en Ally, en Auvernia. En el testamento determina que su hijo Francisco deberá continuar el oficio, dejándole “todos los bienes, créditos y actiones que tengo i a mi pertenecientes aquí en España”, con la obligación de que tome en su compañía a su hermano Juan, dándole lo necesario durante los próximos tres años y enseñándole el oficio de calderero. A la muerte de Jerónimo Garcelon su hijo Francisco continuará el flujo migratorio, desplazándose a Calamocha para seguir trabajando con los calderos, pero se trae consigo a todos sus hermanos, a Juan, a Miguel y a Pedro .La solidaridad y el apoyo entre los emigrantes también se aplica al nivel de paisanaje. Al hablar de la procedencia de los emigrantes de Calamocha, Luco y Teruel, analizados en su totalidad, hemos citado como 32 de ellos procedían de Ally, 24 de Chaussenat y 7 de Saint Martin Cantales, números que seguramente se incrementarían de conocerse el origen de todos los emigrantes. Los franceses de una misma localidad solían dirigirse a un mismo destino, favoreciendo de este modo la solidaridad intervecinal. La emigración francesa, sobre todo la procedente de la Auvernia, tiene un amplio contenido de mimetismo social y de gregarismo que contribuyen a incrementarla. Muchos de los emigrantes auverneses reforzaron sus mecanismos de solidaridad mediante la creación de asociaciones profesionales de artesanos. Los caldereros que se encaminaron hacia España lo hacían encuadrados en compañías mercantiles o artesanales, auténticas brigadas jerarquizadas, formadas por compañeros y criados, maestros y aprendices, mezclando la inocencia de los jóvenes con la experiencia de los adultos que ya llevaban varias campañas marchando al extranjero. Los auverneses que encontramos en Aragón también recurrieron a estos mecanismos organizativos, formando pequeñas “compagnies” mediate un pacto verbal o recurriendo a un notario francés . Las reglas de funcionamiento quedaban fijadas antes de iniciar la marcha hacia España, y solamente en el supuesto de disolución de la compañía, o en el caso de querer modificar sustancialmente las condiciones pactadas, se recurrirá a los notarios españoles. Entre los protocolos notariales aragoneses hemos encontrado varias referencias a la existencia de estas compañías: dos actas de disolución y una de modificación.La primera data del año 1632, cuando los caldereros Esteban Fontanges y Jerónimo Garcelon compadecen ante el juez ordinario de Calamocha para informarle que tenían formada una compañía de caldereros “de pérdidas y ganancias” juntamente con Juan Cocard, y que este último ha fallecido de forma inesperada. Como el difunto no tiene familiares en España solicitan al juez que actúe de testigo en el acto de disolución de la compañía y en el reparto cabal de los beneficios que hubieran acumulado. Al levantar las cuentas señalan que Juan Cocard puso de capital social en la compañía 243 escudos y había obtenido de beneficios otros 154 escudos. En total debían entregarle 397 escudos, y lo hacen de la siguiente manera: 306 escudos en deudas de diversas personas “que dijeron ser las más seguras” y otros 46 escudos en diversa mercadería. El resto de capital se lo descuentan por los gastos de la enfermedad y del posterior entierro. También le entregaron diversas herramientas, armas y una silla de rocín .La otra disolución se produce en 1670, pero es más parca en información. Por esta fecha Miguel y Jorge Garcelon, caldereros vecinos de Ally, prometen pagar al tercer socio de la compañía, a su hermano Juan, 1200 sueldos en 6 plazos iguales, entregados cada dos años, “por razón de la parte de dineros y bienes que os pertenecen hasta el día de hoy”, reservándole además “un capazo guarnecido de herramientas” .Por último, el acta de modificación de las condiciones de una compañía corresponde a finales del siglo XVIII, y contiene una información mucho más interesante. Los caldereros Martin Ychard y Juan Lavisierra, en nombre de todos los emigrantes que forman su compañía (no se detalla el número), se presentan ante un notario para autorizar la entrada en la misma de Antonio Baldos, firmando el siguiente convenio :- La compañía acepta la entrada de Antonio Baldos por haber puesto en el capital social de la misma la cantidad de 800 pesos.- Durante los próximos cinco años y medio, el dicho Baldos no puede pedir ningún dinero a la compañía, a menos que padezca una enfermedad grave, en cuyo casos se le entregará lo necesario, “tal y como esta compañía acostumbra”.- Pasados cinco años y medio la compañía devolverá a Baldos los 800 pesos que ha puesto más otros 500 pesos de beneficios (en total 1.300 pesos), descontándose de aquellos las cantidades que hubiera recibido en caso de enfermedad.- Durante los cinco años y medio, la compañía se compromete a mantenerlo “sano, calzado, con ropa limpia, barba hecha y tabaco”. En caso de que padeciera una enfermedad crónica, la compañía se haría cargo de los gastos el primer mes, pasado el cual serán a expensas del propio Antonio Baldos.- Si antes de cumplir el plazo de los cinco años y medio, Antonio Baldos muriese, se entregarán a sus herederos el capital social aportado más la parte proporcional que le correspondan de los beneficios en función del tiempo que lleve trabajando en la compañía. En el caso de que no hubiera dinero en el fondo, la compañía se reservan el plazo de un año para hacerlo efectivo a los herederos. Si transcurrido ese plazo no lo hubieran entregado, deberán los herederos esperar los cinco años y medio estipulados, pero recibirán integramente los 1.300 pesos.Cada compañía artesanal o mercantil tenía sus propias reglas, que cambiarán en función de las dimensiones del negocio y del paso del tiempo. En Madrid, por ejemplo, las compañías mercantiles auvernesas establecían un período de aprendizaje de siete años, a partir del cual cada socio participaba progresivamente en el reparto de beneficios, obteniendo mayor cantidad a media que adquirían mayor experiencia en la compañía . En el caso de las compañías de caldereros ubicadas en Aragón, la participación queda estipulada en períodos de 5 años y medio, pasados los cuales se recupera el capital invertido y una parte de los beneficios. Las compañías se hacían cargo de todos los gastos de sus asociados, aportando el alimento, la ropa, el calzado y otros pequeños gastos como el tabaco y la barbería. Los 90 pesos anuales que cobraban de beneficios representan una cantidad bastante considerable, muy superior a la que se obtenía en otros trabajos. Además, al cobrarlos todos de una sola vez al final del contrato, se conseguía un pequeño capital que permitiría a los caldereros adquirir tierras y bienes inmuebles en sus localidades natales o bien, participar con este dinero en la misma o una nueva compañía. Familia, paisanaje y compañías artesanales eran tres elementos fundamentales para caracterizar a la corriente migratoria de los caldereros auverneses. En la tabla 7 se han incluido los caldereros franceses residentes en Teruel en 1764 y 1765, tal y como los recogen las relaciones de “comerciantes y tratantes extranjeros” de dichos años. Nos encontramos con pequeñas compañías formadas por padres, hermanos e hijos, a los que se iban añadiendo otros caldereros que procederían seguramente de los mismos pueblos. En la primera compañía predominará el apellido Carlos, en la segunda Tremon y en la cuarta Pomeyro. Todas son de pequeño tamaño, no superando los seis miembros, y siendo frecuentes los dos o tres asociados a lo máximo .Tabla 7. Compañías de Caldereros en Teruel (años 1764 y 1765) Año 1764 Año 17651ª Compañía Pedro CarlosLuis PomeyroJuan CarlosBernardo Carlos Pedro CarlosLuis PomeyroNicolás SimonJuan CarlosBernardo CarlosJerónimo Obrero2ª Compañía Luis TremonJerónimo TremónJuan Tremón Luis TremonAntonio AndreuJuan Tremón3ª Compañía Juan del SellerJuan Obrero Juan SellerJuan Obrero4ª Compañía Bautista PomeyroJoseph PomeyroHermenegildo Labernia Bautista PomeyroJosph Pomeyro Hermenegildo Labernia5ª Compañía Jayme BorderíaAntonio Piedever 6ª Compañía Antonio AntraigasJuan MirabetePedro Miguel En la tabla nº 8 hacemos lo propio con los caldereros franceses documentados en Calamocha en 1783 y 1786, agrupado en compañías, tal y como los recogen las relaciones de cumplimiento pascual de dichos años. Estaban formadas por un núcleo familiar (dos o tres hermanos, padres e hijos) al que se iban adhiriendo nuevos compañeros procedentes de una misma localidad, con los que podían tener lazos parentales o no. Los apellidos se repiten continuamente dentro de cada compañía, Rivas en la primera, Basset en la tercera, Perez en la cuarta, Lascumbas en la quinta, Ydjar y Fialet en la séptima y Ardit en la octava. Ninguna de ellas tenía muchos asociados trabajando al mismo tiempo en Aragón, oscilando entre los dos y diez miembros . Tabla 8. Compañías de caldereros en Calamocha (años 1783 y 1786) Año 1783 Año 17861ª Compañía Antonio Baladier Pedro Rivas Antonio Servet  Antonio BaladierJuan Pedro RivasAntonio ServetLuis RivasGuillermo Baladier2ª Compañía Antonio BisstezDiego Buen HombreAntonio BuyetAntonio del PuchPedro Langlada Esteban RetPedro DelvouxJuan Antonio Burdiex Antonio Bisstez Diego Buen HombreAntonio BuyetAntonio del PuchPedro LangladaEsteban RetPedro DelvouxJuan Burnet 3ª Compañía Joseph BassetEsteban BassetDiego DelmaxEstevan FroheraAntonio Mancharet Joseph BassetEsteban BassetDiego DelmaxAntonio Bonriez4ª Compañía Gerónimo PérezAntonio Pérez Gerónimo PérezDiego Norbiez5ª Compañía Cristobal DesunglesGuillermo BaladierJuan de CarbonAntonio LascumbasDiego LascumbasPedro Mollat Joseph N. Cristobal Desungles Joseph Saley6ª Compañía Guillermo Duet Pedro Mancharet Guillermo Duet Pedro Mancharet7ª Compañía Antonio BaldosPedro CobenaPedro FialetJuan Antonio FialetMartin YdjarJuan Ydjar Juan Laviseyra Antonio Baldos Pedro Cobena Pedro FialetJuan Antonio FialetMartín YdjarJuan YdjarPedro CoderJuan NobereyraAntonio FialetPedro Fialet Menor8ª Compañía Antonio ArditFrancisco ArditGerónimo BisstezGuillermo Moritat En el reglamento de cada compañía, ya fuera éste escrito o verbal, se regularía de manera clara la alternancia de los caldereros en España. Unos permanecían varios años, ejerciendo de manera continuada su trabajo, mientras que otros entraban nuevos en la compañía, o se marchaban, regresando definitivamente a Francia. Las alternativas serían muchas, incluyendo al calderero que ya lleva varias campañas en España, con sus correspondientes períodos intermedios en Francia. En algunas se exigirían cinco años y medio de estancia para los aprendices, tal y como hemos visto anteriormente, pero este período podría modificarse en posteriores reenganches. Si comparamos la composición de las compañías existentes turolenses en 1764 y en 1765, aunque sólo haya un año de diferencia, se aprecian diferencias sustanciales. De los 14 caldereros de 1764, al año siguiente han desaparecido tres de ellos, pero se unen a la colonia 6 nuevos emigrantes. Entre las agrupaciones de Calamocha también observamos estas alteraciones, más acentuadas si cabe al aumentar la separación cronológica. De los 34 caldereros presentes en 1783, tres años después permanecían en su trabajo 23 de ellos, habiendo desaparecido los 11 restantes, posiblemente por haber regresado a Francia. Pero también hallamos gente nueva, otros 14 caldereros que se incorporan a las compañías ya existentes en Calamocha, o incluso forman una nueva, la llamada octava compañía. Los cambios serían continuos, año tras año, pero siempre dentro de una misma estabilidad. Cuando unos regresaban a Francia, confiaban a los otros sus herramientas, papeles, libros y abonos de pago para que continuara el negocio. En la ciudad de Fraga había en el año 1764 dos caldereros franceses. Parece ser que alternaban la residencia en esta localidad con otros períodos más cortos en sus localidades de origen: “residen en esta ciudad de continuo el uno o el otro, y en el entretanto, el compañero a quien toca pasa a Francia y reside en ella seis meses poco más o menos”. Algo parecido encontramos en Teruel en el año 1766 cuando tres de los caldereros registrados se encuentran ausentes de la ciudad pues “han pasado al país de su naturaleza por alguna temporada, como lo acostumbran” . 3.3.- LA COMERCIALIZACIÓN DEL COBRE.Las compañías de artesanos auverneses solían establecerse en un lugar fijo, habitualmente en aquellas localidades donde funcionaban martinetes, alquilando un pequeño taller y tienda que les servirá de punto de referencia desde donde organizar sus “tournees”, extendiendo sus redes comerciales por las localidades cercanas. A medida que avance el siglo XVIII y se difundan las fábricas de arambre, los caldereros comprarán allí todas las planchas, obteniéndolas a crédito, con la promesa de pagarlas cuando vendan los calderos. Entre los martinerires y las compañías había cierta confianza, a pesar de la inestabilidad de la emigración. Como hemos destacado, los propietarios de los martinetes conocían perfectamente a los emigrantes, con los que establecían diferentes redes de colaboración. En abril de 1793 una compañía de caldereros firma un contrato con Antonio Rivera, propietario del martinete de Calamocha, por el que se comprometen a pagarle algo más de 464 pesos procedentes de 36 arrobas, 29 libras y 9 onzas de arambre, al precio de 11 pesos y medio por arroba. Esta cantidad deberá entregarse en el plazo de cuatro años, con la condición de que podrá ser pagada en dinero en efectivo, arambre viejo o mineral .Una vez adquiridas las planchas, la existencia de varios socios en cada compañía permitía repartirse las funciones. Unos se quedarían en los talleres elaborando calderos nuevos o reparando viejos utensilios de cobre. Otros se dedicaban a la venta ambulante, desplazándose pueblo tras pueblo, llevando los perolos y cacerolas en grandes cestos atados a sus borricos. Practicaban el comercio en puestos de feria y mercados rurales, en mercados itinerantes, de puerta a puerta y de villa en villa. Llegaban a las plazas, extendían sus productos para mostrarlos al público, encendían una hoguera que utilizaban para calentar el metal y reparar algunos calderos rotos. Muchas veces, a cambio de sus calderos, como forma de pago, solían aceptar otros viejos, que después entregaran en los martinetes para refundirlos. Las compañías de caldereros que encontramos en el valle del Jiloca comercializaban sus productos por todo el partido de Daroca, ampliando sus redes hacia algunas localidades del Bajo Aragón, como Calanda, Alcorisa, Berge, Fozcalanda, Alcañiz y Caspe . También se desplazaban hasta Zaragoza, lugar en el que coincidían con los propios artesanos de la ciudad, con los que tenían frecuentes altercados, y con otros caldereros franceses que también vendían allí sus productos. En los años 1776 y 1781 el gremio de caldereros de Zaragoza denunció a Juan Rigal y a Esteban Baset, emigrantes franceses residentes en Calamocha, por vender en esa ciudad diversos calderos y jarras contraviniendo las ordenanzas municipales. En ambos casos los pleitos entablados llegaron hasta la Audiencia Territorial, y ambos fueron ganados por los dos caldereros citados, reflejando la perdida paulatina del poder gremial a lo largo del siglo XVIII . En determinadas coyunturas, las compañías artesanales buscaran con ahínco la entrada de socios nuevos, ya que con ellos entraba también un dinero en efectivo que, muchas veces, permitía garantizar la liquidez del negocio. Debemos tener presente que casi todos los intercambios comerciales de los siglos modernos se realizaban sobre la base del crédito, y a menudo las deudas acababan colapsando a las compañías. En el caso de los caldereros, el recurso al crédito se extiende por todo el proceso productivo. Los martineires suelen vender las planchas de cobre a los pequeños caldereros con el compromiso de que las cobrarán cuando estos últimos vendan el producto. Los caldereros, del mismo modo, venden sus productos a crédito, obteniendo del consumidor la promesa de pagar la deuda a la mayor brevedad posible, a veces negociando diferentes plazos. El calderero auvernés Antonio Sabio se dirigió en el año 1766 a la Real Audiencia alegando que algunos vecinos del Bajo Aragón le están debiendo diversas cantidades de dinero al “haberles vendido al fiado calderos y otros artefactos de su oficio”. Las mujeres que los adquirieron no quieren pagarlos, dilatando la entrega del dinero, y sus maridos no hacen frente a las deudas. Las cantidades que se le deben no son muy grandes, oscilando entre los 6 y 20 reales, pero para cobrarlas ha efectuado numerosos viajes y excesivos gastos. Este calderero solicita a la Real Audiencia que mande a los justicias de las villa de Calanda y demás pueblos en los que tiene débitos que procedan a su cobro mediante “breves sumariales”. El problema que sufrían muchos mercaderes y artesanos extranjeros, sobre todos los que se dedicaban a la venta puerta por puerta, es que los clientes se negaban a pagar los atrasos, y las cantidades eran tan pequeñas que no podían recurrir a los tribunales ordinarios. Además, los jurados y jueces de las diferentes localidades solían inclinarse en sus decisiones a favor de los vecinos, poniendo numerosos impedimentos al cobro sumario de las deudas. En el caso planteado por Antonio Sabio, la Real Audiencia le da la razón, ordenando a los Ayuntamientos afectados que “administren breve y sumariamente procedimiento contra los que se negaren a su pago conforme a derecho, y sin dar lugar a nuevos recursos”. No le debieron ir bien las cosas a este empecinado calderero ya que varios años más tarde, en 1771, tiene que volver a pedir protección a la Real Audiencia por el mismo motivo .El resultado final de este arcaico sistema basado en el crédito es que los pagos suelen retrasarse hasta un año o más, con el problema añadido de que cuando surjan dificultades coyunturales se acumularán inmediatamente los morosos. Los caldereros se quedarán sin cobrar de sus clientes y, por lo tanto, tampoco pagarán lo que deben a los martineires. Estas prácticas provocaron con frecuencia la ruina de los más débiles, es decir, de los pequeños emigrantes caldereros, ya que apenas tenían dinero en efectivo para la adquisición de material, y cualquier demora imprevista los arrojaba a la más completa miseria, obligándoles a trabajar para otros hasta devolver las deudas . En estos casos, las redes clientelares de los emigrantes volvían a aflorar, y los maestros artesanos o los propietarios de los martinetes les contratarán en sus negocios hasta devolver la deuda. 3.4.- VIDA Y MUERTE DEL EMIGRANTE CALDEREROLos emigrantes franceses acudían a España a ganar un dinero con la intención de repatriarlo e invertirlo en su país. Los tratadistas españoles de finales del siglo XVI y principios del XVII achacaban a esta práctica la causa de todos los males de España. Según las estimaciones de Barrionuevo, los 20.000 emigrantes franceses que había en España en 1650 sacaban al año unas 60 toneladas de plata . A veces la exportación de los metales preciosos se realizaba personalmente, cuando el emigrante regresaba definitivamente o se desplazaba para ver a su familia. En otras ocasiones el dinero se entregaba a compañeros suyos o mercaderes de confianza, que lo camuflaban transformado en mercancías . La emigración de los caldereros franceses pretendía ser estacional. Trabajaban en Aragón, pero soñaban con regresar a su país de origen en el momento que acumularan un capital suficiente. No es extraño que en el año 1684 los gremios de la ciudad de Zaragoza criticara la gran abundancia de caldereros franceses que residían en el reino de Aragón, acusándoles de regresar todos los años a sus lugares de origen para llevarse el dinero que habían ganado con su trabajo . Los artesanos residentes en el valle del Jiloca se comportaban del mismo modo. Anton Riviere aparece citado por primera en Aragón en el año 1634. Veintitres años más tarde, seguía residiendo en Calamocha pero mantenía a su mujer e hijos en la Auvernia . El dinero que ganaban con sus actividades era repatriado a su pueblo de origen. A veces personalmente, cuando se desplazaba para ver a su familia, o en ocasiones entregándolo a compañeros suyos de confianza . La concentración de caldereros naturales de una misma localidad auvernesa facilitaba este tipo de envíos. Los hombres de la Haute-Auvergne que venían a España sentían una irresistible atracción hacia su medio familiar y hacia su provincia de origen, a la que regresaban periódicamente. A menos que se casen en España, la emigración nunca será definitiva. Y aún así, regresarán en alguna ocasión a su tierra natal para visitar a los familiares y amigos, o estrecharán las relaciones con los convecinos emigrantes que visiten su localidad de adopción, a quienes preguntarán por la situación de los familiares que quedaron en Francia. Antonio Triniach era un calderero natural de Pleaux que se casó en el año 1721 con Ines Lafuente, una vecina de Calamocha. Este matrimonio aportaba la nacionalidad española al marido, pero ello no supuso que tuviera que desligarse de sus compañeros auverneses, y mucho menos cuando existían unos lazos profesionales comunes. Este matrimonio mixto residía en Aragón, y acogía periódicamente en su casa a varias compañías de caldereros, a las que daba alojamiento y con las que compartiría ciertos negocios. Tuvieron un hijo, legalmente aragonés de pura cepa, que se casó con Teresa Sánchez, otra aragonesa. La joven pareja abrió casa y taller de calderería, continuando el oficio de su padre. Pero nunca renunció a las antiguas relaciones que su padre mantenía con los emigrantes, y cuando venían los franceses los acogía de buen gusto en su casa. En el año 1786, según aparece recogido en la matrícula de cumplimiento pascual, se alojaban en casa de los Triniach, durmiendo y comiendo, cuatro compañías de caldereros franceses (en total, 12 artesanos) . Las relaciones de los emigrantes definitivos con los temporales no se perdieron a corto plazo, manteniéndose durante algunas generaciones. Tenían muchas cosas en común, una herencia cultural, una amistad de muchos años y, lo más importante, unos intereses profesionales idénticos.Desde luego, morir en España era un hecho que preocupaba enormemente al emigrante. Todos hacían testamento, normalmente en las notarías de Francia, pero no dudaban en modificarlo o cambiarlo completamente ante los notarios de España si así lo consideraban necesario. Entre los protocolos notariales hemos encontrado dos modificaciones testamentarias realizadas por los tratantes caldereros Jerónimo Garcelon en 1644 y Antón Rivera el mayor en 1680 .Estos testadores, acuciados de alguna grave enfermedad, determinaron que deseaban ser enterrados en la iglesia parroquial de Calamocha (“o en la iglesia del pueblo donde muriese” añadió Jerónimo Garcelon) diciéndose los actos funerarios acostumbrados (defunción, novena y aniversario). El dinero que dejaron para sufragios y misas por la salvación de sus almas varió enormemente. Antón Rivera delega la decisión en “lo que pareciese a su hermano”. Jerónimo Garcelon determinó que se deberían celebrar treinta misas de réquiem rezadas, quince de ellas en el convento de San Roque de Calamocha, lo que demuestra el cariño y apego que sentía hacia el valle del Jiloca, fruto de haber pasado largos años de su vida en Aragón, y la otra mitad en la capilla de nuestra Señora de la parroquial de Ally, en Auvernia. Los dos caldereros estaban casados en sus lugares de origen, y la mayor parte de sus bienes pasarán a sus mujeres e hijos. Jerónimo Garcelon distinguía entre los bienes que posee en Francia, que fueron cedidos a su mujer, Francisca Sabio, con la obligación de que dispusiera de ellos en sus hijos, “repartiendo de la manera que le parezca”, mientras que los bienes que tiene en España pasarían a su hijo Francisco Garcelon, para que continúe con el oficio de calderero. La decisión de Antón Rivera fue completamente distinta, determinando que su mujer quedara usufructaria de todos los bienes, “observando viudedad”, y con la obligación de alimentar y cuidar a todo los hijos hasta que tomasen matrimonio. Como vemos, las variaciones son muchas, tantas que es imposible determinar unos comportamientos hereditarios comunes a todos ellos.El testamento de Antón Rivera cita a su mujer, Catalina Hisset, a sus dos hijas, Margarita y María, y “al hijo varón mío que dicha Catalina Hisset mi mujer ha habido y procreado en ausencia mía, cuyo nombre ignoro, si bien lo quiero haber aquí por su nombre, como si presente lo tuviese, por nombrado”. Otro de los riesgos de la emigración era el dejar embarazada a la mujer, y no conocer al nuevo hijo hasta pasados varios años. El envió permanente de correspondencia mantenía informados a los emigrantes, conociendo en todo momento el estado de sus familias . Además, la existencia de familias troncales suavizaba estos inconvenientes, puesto que los padres del emigrantes o los suegros se hacían cargo de las nuevas cargas familiares. Las jóvenes madres con pequeños se beneficiaban de la presencia y vigilancia continua de los mayores. En sus desplazamientos por los pueblos aragoneses los emigrantes llevaban consigo pistolas y mosquetones . Los asaltos y asesinatos no fueron algo extraordinario, sino que formaba parte de la violencia diaria de los siglos modernos, como le paso en junio de 1700 al maestro fundidor Juan Aban que encontró la muerte en el camino a Molina, asesinado por unos facinerosos . Los emigrantes tenían numerosos encuentros con los bandoleros, especialmente cuando regresaban a sus lugares de origen, ya que los ladrones sabían que iban cargados de dinero para repatriar. Viajaban siempre en grupos y muy armados, tal y como muestran algunos inventarios. En el año 1637 el calderero Joan Cocard solía portar una escopeta de la medida castellana, espada y puñal . A lo largo del siglo XVII, a medida que se acentúen los enfrentamientos bélicos entre España y Francia, se les prohibió portar armas, lo que representaba un agravio inquietante al ser muy alta la tasa de bandolerismo y el riesgo de verse asaltado en sus viajes. Esta disposición fue muy protestada, tanto o más que los continuos impuestos bélicos que gravaban sus actividades artesanales y mercantiles .La tradición popular, las leyendas que se cuentan en algunos pueblos aragoneses, reflejan la mala fama que perseguía a estos caldereros itinerantes. Siempre fueron personajes un tanto pintorescos e inquietantes. Si eran jóvenes y solteros, aprovechaban el mercadeo puerta a puerta para intimar con las mujeres, buscando en primer lugar seducir al potencial comprador de sus productos, haciendo gala de unas buenas dotes para la venta, pero también tenían fama de perseguir a ciertas doncellas buscando sus “dotes”, anhelando lógicamente una estabilidad que les ayudara a escapar de la miseria . También tenían fama de ladrones, tanto por su movilidad (que les hacía sospechosos de todo lo que ocurriera) como por su manifiesta pobreza, que siempre es la principal causa de los delitos contra el patrimonio. Sin embargo, la fama no siempre es testigo fiel de la realidad. A pesar de presumir de mujeriegos, la miseria sexual del emigrante auvernés era de tal envergadura que muchos de ellos empezaron a frecuentar los prostíbulos de las capitales, contrayendo algunas enfermedades venéreas que les obligarán a pasar largas temporadas en los hospitales</small></small>''     
Emilio Benedicto Gimeno - benedictogimeno [at] yahoo.es - contact suite à une visite du site
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